En educación, las políticas de mejoramiento continuo han tenido un impacto y evolución positivos. En sus prácticas habituales, los profesores muestran un mayor profesionalismo y trabajo en equipo, y también hay clara evidencia de que las relaciones entre profesores y alumnos son más cercanas y que aquéllos incluyen en sus clases el contexto de vida de sus pupilos, por lo que el aprendizaje tiende a ser más significativo. Con esto, se afirma que las competencias intelectuales, tanto las del docente como las de los alumnos, no bastan por sí solas, sino que deben complementarse con un factor interno asociado más a lo afectivo, que a lo estrictamente intelectual y social. De ahí la importancia de las expectativas que se tengan de los alumnos y alumnas, el modo de transmitirlas y los efectos de ellas. Este artículo es una revisión teórica de este tema, que recoge algunos modelos explicativos de las expectativas y su formación, así como de la transmisión y el efecto de las mismas. Preguntarse y tener conciencia sobre la influencia que se puede llegar a tener sobre los estudiantes, más allá de elementos estrictamente intelectuales, es una reflexión que debería acompañar la tarea docente en forma permanente.